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Historia antigua, Pirámides nubias, Templos nubios, Tumbas nubias
Cuesta creer que en este lugar junto al Nilo, cerca de la sexta catarata y a unos doscientos km. al norte de Jartum, hubiese alguna vez una ciudad, fértiles cultivos y una corte de influencia egipcia. En la actualidad un bosquete de acacias plagadas de nidos sobrevive a duras penas entre muros en ruinas, arena y polvo. El río humedece una franja tan estrecha que casi no da para ser cultivada. La temperatura es infernal la mayor parte del año, y «lluvia» es una palabra sin significado aparente. Una decena de casuchas guarece a varias familias que sobreviven a duras penas con algunos rebaños de cabras y camellos, los únicos animales capaces de arrancar algo de alimento en esta tierra olvidada por Amón, o por su equivalente nubio, Apedemak. Este lugar es, o fue, Meroe, capital del reino de Kush entre el siglo V a.C. y el III d.C. Y decimos fue, porque una ciudad del tamaño que le presuponen los arqueólogos (25.000 habitantes), no habría podido sobrevivir en las condiciones actuales. Hay evidencias de que un brazo del Nilo corrió más al este y el caudal habría sido mayor hacia el siglo III a.C. que ahora, por lo que es probable que la ciudad estuviese situada en una isla en mitad del río. Eso habría proporcionado a sus habitantes dos factores claves: una localización fácil de defender y agua abundante.
Meroe formó parte del reino de Kush como ciudad subordinada a la capital, Napata, y se sabe que Tanutamón (664–656 a.C.), sucesor del faraón Taharqa, tuvo una residencia real allí.